¡Basta ya!
Hace unos días caía muerto un policía.
Tres iban a ser los disparos que acabaron con su vida.
ejemplar trabajador, esposo y padre de familia.
Al día siguiente nadie hablaba de otra cosa,
al día siguiente no existía otra noticia.
Al día siguiente asistimos a su entierro, y lloramos:
cuando dijeron llorad, obedientes, lloramos.
Dolidos por la pérdida de ese gran hombre,
hicimos nuestro el dolor de aquella familia.
Calificamos de inútil aquella última muerte.
Y exigimos, y rogamos… suplicamos que así fuese.
Sentimos nuestro cada pésame enviado.
Con él, dijeron, nos han matado a todos.
Guardamos luto y un minuto de silencio
junto a las Autoridades de cualquier color y signo.
Fuimos testigos de todo ese gran teatro.
De los comunicados de condena y de repulsa.
De las banderas que hondeaban a media asta…
de esa inmensa mayoría, de sus gritos, del “ya basta”.
Asistimos a todas las concentraciones.
Fuimos a las mil y una manifestaciones.
Vestimos lazos de todos los colores.
Sus palabras permitieron que no dijésemos nada.
Aquellos días vestimos de tolerancia.
Cerramos filas en torno a la Democracia.
Ciudadanos bien, ciudadanos de bien
acusan de no sé qué, acusando a no sé quién.
El mismo día hubo una muerte sin noticia,
una de tantas que no se rentabilizan.
Una de tantas en las que es algún obrero
el que, al igual que al vacío, cae también en el olvido
¿Qué valor tiene la muerte de un desgraciado?
El mismo valor que tuvo su nacimiento
¿Dónde están sus viudas?
¡¿Dónde?!
¿Dónde están sus hijos?
¿Dónde las condolencias?
¿Dónde tanto y tanto grito?
Ni sus manos son tan blancas.
Ni son blancas sus palomas.
Ni es tan blanca su bandera…
ni tampoco sus entrañas.
Fuimos testigos de todo ese gran teatro.
De los comunicados de condena y de repulsa.
De las banderas que hondeaban a media asta…
de esa inmensa mayoría, de sus gritos, del “ya basta”.
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