dilluns, de gener 30, 2006

Egunsentian

Ya caen las primeras hojas de otoño.
Secas sobre el suelo forman la alfombra
por la que camino hacia el frío.
Lejos está el ayer, y lejos está el mañana
que siempre es ayer.
Lejos tu recuerdo, como la niebla matinal
que envuelve el caserío.
Lejos tu sonrisa, tu pelo y tus ojos
que siempre llevaré clavados a los míos.
Lejos mi amor y cerca mi dolor.

Un bonito amanecer.
Un bonito, húmedo y gélido amanecer.

Hoy me gustaría despertarme a tu lado
en el amanecer.
Te echo tanto de menos...
os echo tanto de menos a ti
y al precioso amanecer.

¿Cómo no morir o matar por esto?

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Udazkeneko lehen ostoak
emeki erortzen dira
hotzarantz bidean
alfonbra lehor bat bailitzan
urrun da iragana
ta urrun da geroa
beti iragana izango den
urrun da geroa
zure oroimena urrun,
baserria inguratzen duen
goizeko lanbroa,
gandua bezala
zure irria zure ilea urrun
nireetan beti hiltzatuak
eramango ditudan
begiak bezala
urrun maitasuna
ta hurbil samina
egunsentian
urrun maitasuna
ta hurbil daukat samina
egunsentian

Egunsenti eder, euritsu ta hotza
Egunsenti eder, izoztu ta hezea
Gaur ere nahi nuke,
zure ondoan esnatu
egunsentian
Faltan botzen zaitut,
faltan botzen zaituztet
zuri ta nire egunsentia

Egunsentian, Kuraia

diumenge, de gener 08, 2006

Joe Strummer en Granada

Y en esto, apareció Fabrizzi.

Fabrizzi... menudo personaje...

Fabrizzi era un músico vagabundo, un acordeonista increíble, excepcional. Un tipo con los ojos como Martin Feldman (el de "El jovencito Frankenstein") que se ganaba la vida tocando el acordeón, por unas monedas, en la calle Zacatín, de Granada. Era un "homeless" que interpretaba al acordeón música clásica (Tchaikovsky, Mozart, Beethoven), tangos, canciones pop... lo que fuera... con una maestría increíble. Un músico excepcional (…)

Yo había conocido a Fabrizzi unos meses antes, en la calle Zacatín. Había oído una música buenísima desde lejos y, conforme me acercaba, descubrí que era un acordeonista callejero. Era la hostia.

Me quedé escuchándolo al menos media hora, echándole monedas y aplaudiendo con cada nueva cosa que tocaba. Al final, cuando ya el grupo de gente que se había congregado a su alrededor se había dispersado, yo seguía allí, todo embelesado.

Le dije: ¿Cómo te llamas, tío?

Me dijo: Me llamo Juan Carlos, pero todo el mundo me llama Fabrizzi.

Le dije: Pues eres la hostia. De verdad.

Me dijo: Tú debes ser músico.

Le dije: Sí. Y estoy asombrado. ¿Cómo consigues tocar a Tchaikovsky de esa manera? Estoy alucinado.

Me dijo: Tchaikovsky no es tan complicado. Lo difícil son los Clash y los Rolling Stones.

Le dije: No me jodas. ¿Conoces a los Clash?

Me respondió: ¿Los Clash? Son mi grupo favorito.

Y empezó a tocar "Jimmy Jazz".

Le dije a Fabrizzi: Recoge, te invito a lo que quieras.

Nos fuimos a un bar, bebimos cervezas (yo coca-colas) y hablamos larguísimamente sobre los Clash. Nos despedimos una hora después como absolutos colegas. Yo, a partir de ese día, trataba de pasarme por la calle Zacatín para oírlo, él para pedirme que le contara historias de Joe Strummer o para que me contara que lo habían contratado como músico en una obra de teatro. Así habíamos seguido durante seis meses...

Y bueno, aquel día, en el Campo del Príncipe, mientras Joe está diciéndome lo jodido que está, aparece Fabrizzi con su acordeón.

Lo veo de lejos. Le hago un gesto. Me ve de lejos y se acerca, sin dejar de tocar, hasta nuestra mesa.

Y esta escena es la hostia. Uno de los momentos más acojonantes de mi vida. Majestuoso.

Fabrizzi llega a nuestra mesa con el acordeón a cuestas. Le digo a Fabrizzi: "Fabrizzi, éste tío de aquí es Joe Strummer".

Fabrizzi lo mira. Me mira a mí. Me dice: "No. Ése no es Joe Strummer".

Joe se vuelve hacia él, y le dice en español: "Si, yo soy Joe Strummer, señor".

Fabrizzi le dice: "Tú no eres Joe Strummer. Tú te pareces a Joe Strummer. Pero no eres Joe Strummer".

Joe me pide que traduzca lo que ha dicho Fabrizzi. Se lo traduzco.

Joe se enfada: "Of course I'm Joe Strummer!".

"Tú no eres Joe Strummer", le dice Fabrizzi con toda tranquilidad.

Joe se levanta de su silla. "¡Sí soy Joe Strummer!", dice en español.

Fabrizzi, tan vagabundo, con sus ojos a lo Martin Feldman, sonríe como los vagabundos que han visto de todo y han oído de todo en este mundo. Vuelve a decirle: "Que no, que no eres Joe Strummer. Yo conozco a Joe Strummer y es mucho más alto que tú".

Joe me pide traducción. Traduzco.

Y Fabrizzi le espeta entonces: "Si eres Joe Strummer, canta esto".

Y se pone a tocar "Jimmy Jazz".

Y cuando Joe Strummer escucha que un músico callejero está tocando en un acordeón "Jimmy Jazz", que le dice en su cara que no es Joe Strummer, y que el músico callejero está tocando su canción... Joe... Ese Joe Strummer, se va a su lado y, como otro músico callejero, se pone a cantar "Jimmy Jazz" con la voz de Joe Strummer. Y los dos músicos se miran. Y Fabrizzi toca de la hostia y Joe Strummer canta de la hostia.

Putos músicos los dos, como si estuvieran tocando en el metro de Madrid.

Y Joe cantando con lágrimas en los ojos. El día de su cumpleaños se va a Granada y se encuentra a un músico vagabundo que toca sus canciones por la calle para ganarse la vida, que le niega el derecho a ser Joe Strummer, pero que se sabe sus canciones.

Terminan el "Jimmy Jazz" y Fabrizzi le dice: "Bueno, la voz se parece bastante. Pero, si quieres, probamos con 'London Calling'".

Fabrizzi me dice luego: "Dile que sí, que es Joe Strummer".

Se lo traduzco a Joe, al que le caen los lagrimones por toda la cara.

"El mejor cumpleaños de mi vida", dice Joe. "El mejor cumpleaños de mi vida".

Para colmo, se acercan a nuestra mesa unos turistas ingleses, y le echan unas monedas a Joe: "Brilliant, really brilliant.
You both sound exactly as The Clash".

Ahí queda ese día.

Exxon Valdez (Jesús Arias)


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The police walked in for jimmy jazz
I said, he ain’t here, but he sure went past
Oh, you’re looking for jimmy jazz


Jimmy Jazz

London Calling

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